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Miguel Hernández.
Orihuela. 30 Octubre 1910 - Alicante 28 Marzo 1.942
Miguel Hernández en la Sierra de Orihuela. 1934.
Las Dos Españas. Que tópico tan triste, y aún presente. Quizá pocas vidas reflejen mejor que la de Miguel todo lo mejor y lo peor que los españoles hemos creado-destruido con esa querencia cainita, que sigue viva y rozagante hasta nuestros días, ya en pleno siglo XXI.
Lo mejor: Un quinceañero ha de dejar su bachillerato, becado por los jesuitas, por orden paterna para atender al rebaño de cabras familiar. A fuerza de talento, voluntad y algunos amigos generosos (Aleixandre, Neruda, Cossío...) aquel mocete cabrero cuaja apenas unos años despues en uno de las más espléndidos poetas españoles de la historia. Quizá desde Jorge Manrique nadie supo llorar una pérdida como él con apenas 25 años llora en su
"Elegía a Ramón Sijé"
Poema Elegía A Ramón Sijé de Miguel Hernandez
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
a quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Lo peor: En su mejor momento como marido y poeta, estalla una guerra entre hermanos. Si el bando "nacional" le
mata a su admirado Lorca ; los milicianos comunistas
matan al padre de su novia, Josefina Manresa. (*
Manuel Manresa era guardia civil leal a la República)
Tristemente, la administración republicana no abonará la pensión a la familia que el guardia atendía, que queda sin ingresos durante la guerra. Morirá así el hijo mayor de Miguel, por la miseria del bando republicano. Mientras, el poeta -espoleado por el asesinato de su admirado Lorca- lucha en el frente por esa misma república, en defensa de sus ideales. Pese a la ayuda de algunos abnegados amigos
acabará preso. Condenado primero al paredón, es luego conmutado por pena de 30 años que nunca cumplirá pues sucumbirá apenas tres años despues al tifus y la tuberculosis. Muerto sí, olvidado nunca. (
Aquí detalle de su biografía)
Sin el enorme trabajo de sus amigos por recuperar y abrillantar su memoria durante los años oscuros, hoy no ocuparía el lugar que merece. Por su poesía, por su compromiso. Con razón o sin ella en sus ideas, hoy nos quedan sus versos. Tantos de ellos, frescos como el primer día.
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Viento del Pueblo. 1937
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