Fuí edificada sobre
la meseta de Cassus Noire. Mis muros, de piedra son.
Hoy me conocen como “La Ferme des Cades”, pero mi historia
es larga. Mis tapias se yerguen desde 1.281, cuando las Madres de la Caridad
hicieron de mí albergue de transeúntes y refugio de menesterosos, sobre esta
hermosa y desolada meseta caliza.
En seguida llegaron ellos. Altos, fuertes, a caballo. Eran
los monjes guerreros, los Templarios. Fueron señores de estas tierras durante
doscientos años. Me gustaba verlos llegar, siempre al galope. Yo los recibía para ofrecerles comida y
reposo entre mis muros. Contaban historias ante la lumbre. Sonreían,
bebían y partían de nuevo.
Hablaban de travesías
interminables, de hazañas sobrehumanas: De cruzar desiertos en un día, rumbo
a Jerusalén; De buscar los senderos más abruptos del Pirineo para tomar una
fortaleza enriscada sobre el vacío. Solían hablar el idioma de estas tierras o
el latín que aprendí de las Madres, pero no faltaban forasteros cuyas lenguas
aprendí con el tiempo a distinguir: Italianos, españoles, portugueses…incluso
ingleses llegados de más allá de un cierto Canal.
No pude acogerlos
mucho tiempo. Un día, todo cambió. Aún recuerdo aquel Viernes 13 de 1.307.
En plena noche llegó un caballero gritando, al galope. Oí maldiciones, juramentos y a
los pocos minutos nuevo galopar de caballos bajo la luna. Los templarios se
marcharon, huyeron de entre mis muros para salvar la vida.
Partieron. Con sus vistosas capas y sus cruces, con sus
caballos y sus historias. No ví correr su sangre ente mis piedras, pero mis
hermanas me hablaron de muros empapados con ella, de hogueras cebadas con sus cuerpos.
Me contaron que un rey felón los maldijo para hacerse con sus tesoros. No le
fue fácil, los monjes guerreros supieron defenderse con bravura y astucia. Pero
al fin, tras muchos años el tiempo y las envidias de tantos poderosos acabaron
por borrarlos de la faz de la tierra.
Al poco pasé a cargo de la familia de Trauque. Buena gente,
burgueses de aquí mismo, del pueblo de Millau que puedo oler cada día al pie de
los muros de caliza que sostienen mi meseta. Llegaron después los Coste en el
XVI y los Conduche en el XVII.
Mis muros seguían firmes. Un portal abierto al viajero le
permite pasar aun hoy al patio central, desde donde acceder a la gran casa
principal, con su fuego y su salón o a establos y granero. Fue ya en el siglo
XVIII, cuando mis nuevos amos me hicieron crecer. Y así, desde 1737 tengo unas nuevas escaleras que llevan al piso noble, donde reposar.
Pasaban los años, trayendo granjeros, pastores, buhoneros… Cada noche los acogía, cada mañana volvía a escuchar sus cuitas, sus pequeñas tristezas y alegrías de cada día en la meseta, sin mirar más allá del mismo horizonte que tan bien conozco.
Pasaban los años, trayendo granjeros, pastores, buhoneros… Cada noche los acogía, cada mañana volvía a escuchar sus cuitas, sus pequeñas tristezas y alegrías de cada día en la meseta, sin mirar más allá del mismo horizonte que tan bien conozco.
Para qué voy a
negarlo, setecientos años después aun recordaba las historias de los viejos
templarios. Historias de lucha y dolor, descubrimientos y pérdidas. Sueños
imposibles. Cruzar desiertos al galope, penar travesías de una cordillera
entera a la siguiente, sin descanso. Sus cuerpos ya no se mueven entre mis
muros, pero su espíritu siempre ha estado aquí, con nosotros. Cada año, en el
día de su patrón les oía de nuevo hablar entre sí, recordar sus batallas,
sus victorias e incluso su terrible martirio.
Al fin, un día, esas
historias volvieron a mí. No venían a caballo ni portaban escudo y
espada, no. Era 1995 y un pelotón de hermanos pasó por mis muros de nuevo,
galopando a dos patas, las suyas propias. Y empuñando no el acero de una espada, sino el aluminio o carbono de unos extraños bastones sin madera alguna. En
lugar de la cruz templaria, cada uno portaba un extraño pergamino colgante que
llamaban “dossard”. Esta vez, también algunas mujeres formaban parte de la
hermandad.
Todos entraban, comían bebían, se calentaban en mi
lumbre y seguían camino, como mis antiguos caballeros. Como ellos, contaban
historias de su penar sobre las arenas del Sahara, de correr por las cimas del
Pirineo, de las neviscas sobre los senderos del Mont Blanc e incluso de
aventuras más allá del Oceano, en un lugar que llaman "Colorado".
Aquella noche, con siete siglos ya sobre mis piedras, volví a
ser joven. Volví a sentirme una granja
recién levantada. Sus sonrisas, sus heridas, su ilusión intacta... Desde
entonces, cada año sé que cuando los bosques de Cassus se tiñen de rojo están
anunciando su llegada. Dicen que vienen en recuerdo de aquellos, mis señores. En su honor, galopan sin cesar en una jornada que bautizaron “Grand Raid desTempliers”
Cada año les oigo
partir antes del amanecer, desde el fondo del valle en Millau. Pasan las
horas, les oigo acercarse. Corren al pie de mis hermanas en Peyreleau, Saint-André-de-Vezines, La
Roque-Sainte-Marguerite o Massebieu. Por pistas firmes y senderos colgados al
borde del vacío los oigo llegar. Son siempre los mismos y siempre diferentes.
Este año vi pasar de
nuevo a ese discreto caballero español, Don Miguel lo llaman. Cinco veces,
con esta, lo había oído salir de Millau. Y quizá nunca ví en sus ojos el fuego que este
año llevaba prendido en ellos. No llegó a mí esta vez como el primero de los
hermanos, pero los ecos del valle me trajeron luego su nombre entre aplausos,
honrado como primer paladín en la lucha.
Algo después llegó
ella, la Señora Nuria. Tres veces coronada en Millau. Verla llegar siempre
infunde vida nueva a estas piedras. Una vez me contó que los senderos de mi Cassus la llevan de
vuelta a su tierra, el Berguedá. Dice que allí los bosques, trochas y calizas
que la vieron crecer son hermanos de estos míos, que por eso es feliz de volver
a tocar mis muros cada año.
Delante y detrás de ellos
llegaban todos los demás. Banda de hermanos sudorosos, cansados. Sonaban mil lenguas
pero todos hablaban un mismo idioma. Allá en lo alto, oí retumbar de
nuevo bajo la bóveda la voz del primer Maestre Templario de Millau, Fouqué de
Villaret: “No son tan duros como eramos
nosotros ¿Verdad? Pero no están mal estos muchachos, no están mal...”
Y el barbudo guerrero, les sonríe desde
lo alto.
GUÍA PRÁCTICA GRAND TRAIL DES TEMPLIERS, POR MAYAYO.
- Fecha: 20-23OCT. (14 carreras desde 4km hasta 100km)
- Prueba reina: Grand Trail des Templiers 76km/D+3550m.
- Como llegar: Avión Marsella. Avión/tren Montepellier. Luego transfer carretera a Millau.
- Marcas medias asfalto pelotón Templiers: 10k-42m45s; Media maratón: 1h35; Maratón 3h32
- Datos Templiers 76km 2016: Inscritos 2748. En la salida 2.311. Finalistas 1981. (85,72%)
- Material empleado Mayayo: Zapatillas New Balance MT910 v3; Pantalón Kalenji trail running baggy short; Camiseta Lurbel polipropileno; Chaleco Kalenji trail; Reloj gps Suunto Ambit 3 peak; Mochila Salomon Sense 3L set; Bastones Black Diamond Distance Carbon Z.
- Tiempo y posición personal en meta: 13h28. Puesto 1047 general de 2748 inscritos.
- Track de carrera personal.
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Info redactada por Mayayo para mi blog personal